La urgencia como algo cotidiano

Vivimos en una constante aceleración que nos hace sentir que el tiempo no alcanza y nos empuja a responder y rendir de forma inmediata. Esto genera malestares como ansiedad, insomnio o depresión, muchas veces por no procesar emociones o por vivir desconectados de nosotros mismos. En esa prisa, buscamos soluciones rápidas como la medicación, sin detenernos a entender qué nos pasa realmente. Desde una mirada psicoanalítica, ignorar el vacío interior nos impide crecer y reflexionar. Por eso, es esencial frenar, reconectar con otras áreas de la vida y permitirnos simplemente ser y sentir.

Psicólogo Roberto Micheel Domínguez Partida

5/5/20252 min read

Sensación de que falta tiempo para hacer las cosas, para sacar una buena calificación, pero con el deseo de apuntar a más. Recibir un mensaje y contestarlo al instante, porque si no, la otra persona puede pensar que la estoy ignorando. Estos son solo algunos de los escenarios comunes hoy en día que reflejan lo acelerados que vivimos.

Viendo esto, no nos debe sorprender que estemos rodeados de “diagnósticos” o malestares como hiperactividad, ansiedad, insomnio, depresión, ataques de ira, entre otros.

Soy de la idea de que la medicación ayuda al cuerpo y a la mente, pero ¿cuándo es necesario recurrir a ella? También podría pasar que, debido a la inmediatez de todo, busquemos medicarnos para “sentirnos” mejor. Pero ese es el problema, realmente no nos sentimos. En esa misma prisa, nos perdemos. Es como ir en un coche que alcanza altas velocidades en segundos: llegamos del punto A al B muy rápido, pero ¿somos conscientes del recorrido? ¿Podemos dar detalles del camino que tomamos?

Desde una perspectiva psicoanalítica, podría decirse que nos cuesta vernos y sentirnos porque hay algo nada agradable que notar, algo que nos falta, un vacío que interpretamos como pobre, más que como un espacio para enriquecer nuestro ser. Creemos que la ignorancia es nuestra enemiga, cuando en realidad, si aprendemos a aliarnos con ella y a procurar ser ignorantes en muchos momentos, podremos aprender mucho más. Ojo aquí: a veces buscamos aprender cuando en realidad lo que hacemos es aprehender. ¿Cuál es la diferencia? La primera libera y nos lleva a nuevos horizontes; la segunda nos encierra y nos ancla a un saber supuestamente adquirido que no nos lleva a ningún lado.

Es importante identificar esto y frenar un poco, porque si seguimos acelerando, podemos perder el control. Darnos un respiro, aunque sea una vez al día, puede ayudarnos a ver las cosas con mayor perspectiva. Saber que la respuesta no está afuera, sino dentro de nosotros. Saber que el no saber tiene más potencial, porque si ya sabemos todo, ¿para qué seguir haciendo más cosas?

Con malestares como el insomnio, a veces nos damos cuenta de que estamos pensando demasiado, manteniendo la mente despierta, lo que impide que el cuerpo duerma. Otras veces, no somos conscientes de que tenemos una mente inquieta, y por eso el cuerpo no para.

Problemas como la ansiedad o la depresión son el resultado de cosas no dichas, pensamientos no procesados, síntomas no identificados, conflictos no resueltos.

A veces, ni siquiera nos damos cuenta de que nos sentamos a descansar y, de repente, esa rodilla comienza a moverse de manera acelerada. Puede que ni estemos pensando en nada, pero esa rodilla sabe algo, algo la inquieta, algo no le permite calmarse y disfrutar el momento.

Claro que no todo depende de nosotros. Si estamos en un trabajo donde nos exigen más y más metas, logros, horas extras, y además nos dicen frases como “¡Vamos! Ponte la camiseta por la empresa”, debemos tener cuidado, porque esos discursos pueden resaltar nuestro rol profesional, ya sea como abogado, ingeniero, chef, o cualquier otro puesto, pero oscurecen otras partes de nuestras vidas, como el ser hijo/a, padre/madre, esposo/a, amigo/a...

Ahí puede encontrarse otra fuente de sofocamiento, de malestar.

Así que, respiremos tranquilos, miremos otras áreas de nuestras vidas, meditemos, leamos, escribamos, salgamos con alguien o quedémonos en casa, solos o acompañados. Pero, sobre todo, detengámonos un poco y no dejemos que la vida se nos escape en el sufrimiento, sino que la disfrutemos.